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Sistema-Mundo y “transmodernidad”,* por Enrique Dussel

En este ensayo intentamos comenzar de nuevo una reflexión que nos vie­ne ocupando desde el comienzo de los años sesenta del siglo pasado. Asu­miremos radicalmente algunas opciones teóricas al encontrar en trabajos recientes hipótesis muy plausibles, que por triviales no habían sido con­sideradas hasta el presente. La "centralidad" de Europa se reduce ahora a sólo dos siglos, lo que permite suponer que lo no subsumido por la mo­dernidad tiene mucha posibilidad de emerger pujante y ser redescubier­to no como un milagro antihistórico, sino como potencialidad reciente de muchas culturas sólo ocultadas por el "brillo" deslumbrante –en muchos casos aparente– de la cultura occidental, de la modernidad, cu­ya globalidad técnica y económica está lejos que ser una globalización cul­tural de la vida cotidiana valorativa de la mayoría de la humanidad. Es desde esa potencialidad no incluida de donde surge, desde la "exteriori­dad" alterativa, un proyecto de "transmodernidad", un "más allá" tras­cendente a la modernidad occidental (en cuanto nunca asumida, en cuanto despreciada y valorada como "nada") que tendrá una función creadora de gran significación en el siglo XXI.
Repitiendo. La tesis de este trabajo es que con el impacto de la mo­dernidad europea desde hace poco en las múltiples culturas del planeta (piénsese en las culturas china, del sudeste asiático, hindú, musulmana, bantú, latinoamericana), todas ellas producen una "respuesta" variada al "challenge moderno e irrumpen renovadas en un horizonte cultural "más allá" de la modernidad. A esa realidad de un momento multicul­tural fecundo la llamamos el fenómeno de la "transmodernidad" (ya que la "posmodernidad" es todavía un último momento de la moderni­dad occidental). El ejemplo de China nos servirá –ejemplo privilegia­do pero no único– para mostrar hasta qué punto la hegemonía europea es reciente, no mayor de dos siglos (hegemonía que no ha influido en la intimidad de la vida cotidiana de las culturas no europeas, salvo durante los últimos 40 años, desde la llamada segunda guerra mundial, debido principalmente a los medios de comunicación, en especial a la televisión).(1)


Una hipótesis todavía con aspectos eurocéntricos: El “Sistema-Mundo”

La "hipótesis" de un sistema-mundo surgió como contrapartida al pri­mer eurocentrismo, que pensó que Europa, desde sus pretendidos oríge­nes griegos y medievales latinos, produjo "desde dentro" los valores, los sistemas instrumentales (posiciones de Hegel, Marx, Weber o Sombart) que se universalizaron en los últimos cinco siglos, en el tiempo de la mo­dernidad. Esta posición eurocéntrica que se formula por primera vez a fi­nes del siglo XVIII,(2) con la Ilustración francesa e inglesa y los románticos alemanes, reinterpretó la historia mundial toda entera, proyectando Europa hacia el pasado, e intentando demostrar (demostración que ha rendido frutos a Europa en los dos últimos siglos) que todo había sido pre­parado en la historia universal para que dicha Europa fuera "el fin y el centro de la historia mundial", al decir de Hegel.(3) Fue con los enciclopedistas cuando comienza por primera vez la distorsión de la historia (L'Esprit des Lois de Montesquieu es un buen ejemplo),(4) pero igualmen­te con los ilustrados ingleses, y en Alemania con Kant, y finalmente con Hegel, para quien el Oriente era la niñez (Kindheit) de la humanidad, el lugar del despotismo y de la no libertad, desde donde posteriormente el espíritu (el Volksgeist) remontará hacia el Occidente, en el camino hacia la plena realización de la libertad y la civilización. Europa habría sido desde siempre elegida por el destino para ser el sentido final de la histo­ria universal.
Por el contrario, la visión del sistema-mundo intentaba demostrar que, desde fines del siglo XV, Europa, por el descubrimiento de Améri­ca, comenzó a desplegar dicho sistema-mundo como Imperio-mundo fracasado, que es primero "mundial" y no pudo haberlo antes. Gracias a la exposición histórica "de larga duración" de Fernand Braudel, Immanuel Wallerstein tuvo la idea de escribir la historia de este proceso: "A fi­nales del siglo XV y principios del XVI, nació lo que podríamos llamar una economía-mundo europea".(5)
Para muchos esta visión de las cosas subsumía la formulación de la antigua "teoría de la dependencia" latinoamericana, no la negaba sino que la subsumía, le daba un marco histórico mucho más plausible. Limi­taba la "centralidad" de Europa a los cinco últimos siglos y le quitaba el áurea de centro eterno de la historia mundial. La modernidad habría si­do el manejo (managment) de dicha "centralidad" del sistema-mundo. Por ello España y Portugal, como prolongación del capital genovés,(6) eran para mí la "primera modernidad",(7) de manera que, por ejemplo, las discusiones de Bartolomé de las Casas con Ginés de Sepúlveda serían el comienzo del antidiscurso de la modernidad (siendo Ginés un intelectual moderno, expresión de la visión eurocéntrica hegemónica en el momento). El mismo J. M. Blaut une el "ascenso de Europa" con el descubrimiento de América (1492);(8) como en Marx mismo (citado por I. Wallerstein en la ya indicada obra al comienzo del tomo I), para quien dicho descubrimiento es un momento fundamental en el origen del capitalismo y de la "acumu­lación primitiva".
En mi reciente obra Ética de la liberación (9) doy las razones por las que es España, y no Portugal ni una nación musulmana del Magreb o China, la que pudo descubrir América. Pero, a partir de esta hipótesis antieurocéntrica (del "primer eurocentrismo") cuando se habla del "descubri­miento de América" se indica simultánea y necesariamente: sistema-mun­do, capitalismo y modernidad (para mí, no para Wallerstein que reserva el concepto "modernidad" para el tiempo de la Ilustración, posición que ahora contará con un nuevo argumento que yo mismo aportaré, pero pa­ra dar otro sentido a dicha tesis).
De todas maneras, esta hipótesis del sistema-mundo suponía que el ascenso de Occidente partía de la ventaja comparativa que a la Eu­ropa moderna (en especial durante el Renacimiento) le habían dado los grandes descubrimientos científicos, los metales preciosos (plata y oro), la nueva fuerza de trabajo incorporada al sistema (de los indios, de los esclavos africanos del siglo XVI al XVIII en América), los nuevos alimentos (la papa inca, el maíz, el tomatl y el chocolatl mexicanos, etc.),(10) los millones de kilómetros incorporados a la agricultura de las colonias europeas por la conquista, y el invento de nuevos instrumen­tos económicos. Todo esto permitía el triunfo de Europa en la compe­tencia con el mundo islámico, el Indostán, el sudeste asiático o China. Además, los europeos, gracias a la carabela (descubierta por los portu­gueses en el año 1441), eran los únicos que podían atravesar los océa­nos, armar barcos con cañones de alto poder y dominar primero el Atlántico (pretendidamente, desde el siglo XVI, centro geopolítico del mundo) y posteriormente el Índico y el Pacífico. El sistema-mundo lo originó Europa gracias a la invasión del continente americano (llamado "descubrimiento") y su superación deberá nacer dentro de ese pro­ceso de globalización comenzado en 1492 y que se profundiza al final del siglo XX.
Sin contradicción con esta visión de las cosas, aunque significando una tradición intelectual completamente distinta, hablar de posmoder­nidad es indicar que hay un proceso que surge dentro de la modernidad, y significa un estado de cri­sis actual en el horizonte de la globalización. Hablar en cambio de trans­modernidad exigirá una nueva interpretación de todo el fenómeno de la modernidad, para poder contar con momentos que nunca estuvieron in­corporados a la modernidad europea, y que subsumiendo lo mejor de la modernidad europea y norteamericana que se globaliza, afirmará fuera de ella componentes esenciales de sus propias culturas excluidas, para desa­rrollar una nueva civilización futura, la del siglo XXI. Aceptar esa masi­va exterioridad a la modernidad europea permitirá comprender que hay momentos culturales situados fuera de dicha modernidad. Para ello, ha­brá que superar la interpretación que supone todavía un "segundo" y muy sutil eurocentrismo,(11) pasando a una interpretación no eurocéntri­ca de la historia del sistema mundial, sólo hegemonizado por Europa por algo más de 200 años (y no 500), por lo que el hecho de que otras culturas hasta ahora despreciadas, no valorizadas, estén emergiendo des­de un más allá del horizonte de la modernidad europea no es un mero milagro que nace de la nada, sino el retorno de los actores de esa histo­ria en otras épocas recientes. Aunque la cultura occidental se globaliza (en ciertos niveles técnicos, económicos, políticos, militares) no agota por ello otros momentos de enorme creatividad en esos mismos niveles que afirman desde su exterioridad otras culturas vivientes, resistentes, crecientes.


¿Qué significó China en el Sistema-Mundo hasta el siglo XVIII?

Tomaremos a China como ejemplo para mostrar hasta qué punto fue im­posible la hegemonía mundial europea antes de la Revolución industrial. En otra obra he demostrado por qué China no pudo descubrir América.(12) Aunque me oponía a considerar a China inferior (desde un punto de vis­ta económico, cultural, técnico y hasta científico) a la Europa de los siglos XV y XVI, argumentaba que China no podía ser hegemónica del "nuevo sis­tema" porque no descubrió América, y no lo hizo porque el "centro" del sistema interregional (13) se encontraba hacia el oeste de China, en el Indostán y el mundo musulmán; por ello, América estaba fuera de su horizon­te (si los chinos llegaron a Alaska o a California nada de interés comercial pudieron encontrar, como es de suponer). Con ello, se pensaba que Chi­na permaneció periférica o al menos no tuvo peso propio en el Sistema-Mundo, anterior al capitalismo y a la modernidad, por no haber descu­bierto América. Algunos han llegado a indicar que el renacimiento italiano fue el comienzo de la modernidad (tesis de G. Arrighi), en China sólo hu­bo, a lo más, un protoproceso renacentista en algunas de sus grandes ciu­dades, como Hangzhou. Pero fue un proceso abortado tras la presencia ex­pansiva del colonialismo portugués, español, holandés y posteriormente inglés y francés. China no fue moderna ni capitalista; no tuvo peso espe­cífico propio, sino que se quedó en la "noche oscura" del despotismo oriental, del "modo de producción asiático".
André Gunder Frank nos propone en ReOrient. Global Economy in the Asian Age (14) una hipótesis que sería un nuevo argumento en favor del concepto actual de transmodernidad (y no sólo de posmodernidad), como podrá verse, ya que grandes culturas universales florecieron hasta el siglo XIX del todo independientes de la Europa moderna. Indicaré some­ramente alguna de las tesis sostenibles de A. G. Frank e intentaré al mis­mo tiempo anotar mis diferencias.(15)
Es trivial, y lo obvio frecuentemente oculta grandes verdades, que China fue hasta el siglo XVIII considerada por los europeos una potencia económica, política y cultural.(16) Adam Smith se refiere de manera evi­dente a la magnitud económica de China. En frecuentes pasajes de su obra La riqueza de las naciones (todavía en 1776), observando su grande­za y lo bajo de sus salarios, escribe:
China ha sido durante mucho tiempo uno de los países más ricos, mejor cultivados, más fértiles e industriosos, y uno de los más poblados del mun­do... Las relaciones de todos los viajeros convienen en los bajos que son los salarios del trabajo y en las dificultades que tropiezan los obreros para po­der mantener una familia.(17)

Considérese que Smith usa el término "industrioso" y "salario" tal como lo haría respecto a Inglaterra o Escocia, por lo que parece difícil que una tal "industriosidad" manufacturera y un tal "salario" no deban dar a los propietarios de dichos establecimiento "plusvalor" en sentido estricto:
No nos es dado citar país alguno cuyo progreso en la prosperidad haya si­do tan continuo que pudiera haber facilitado la adquisición de un capital suficiente para estos... propósitos, a no ser que demos crédito a las mara­villosas relaciones de la riqueza y cultura de China.(18)
China es un país mucho más rico que cualquier parte de Europa, y la di­ferencia en el precio de las subsistencias es muy grande entre estos dos con­tinentes. El arroz es mucho más barato en China que el trigo en cualquier región de Europa.(19)

La vida de la élite es mucho más "desarrollada" en China que en Eu­ropa (es el "lujo" que exige Sombart para el capitalismo):(20) “El séquito de un magnate en China o en el Indostán es, según todas las re­ferencias, mucho más numeroso y espléndido que el de las personas más ri­cas de Europa”.(21)
Pero, de todas maneras, las enormes masas de obreros son más pobres: “El precio real del trabajo, o sea la cantidad real de las cosas necesarias para la vida que percibe el trabajador es... más bajo en la China y en el Indos­tán, los dos mercados más grandes de las Indias Orientales, que en la ma­yor parte de Europa”.(22)
Para Adam Smith, entonces, el descubrimiento de América permi­tirá a Europa comprar en ambos mercados (los más ricos del sistema-mundo, los más variados del mundo hasta la Revolución industrial): “La plata del Nuevo Mundo es, al parecer, una de las principales mercancías que se emplean en el comercio practicado entre los dos extremos [sic] del Antiguo, y es, en gran parte, este metal el que conecta regiones tan apartadas del globo”.(23)
Es interesante anotar que los "dos extremos” del sistema interregional antiguo se conectan en el nuevo sistema con el Nuevo Mundo, cons­tituyendo el primer sistema-mundo. Europa puede entonces comprar, gracias al dinero latinoamericano (peruano, mexicano), en el mercado chino; es decir, puede vender muy pocos productos-mercancías (excepto plata) fruto de su industriosidad por la subsunción del trabajo asalariado europeo, porque es una región productivamente subdesarrollada, sin competencia posible ante el mayor "desarrollo" de la producción de mercancías chinas tales como los utensilios de porcelana, los tejidos de seda, etc. Como la fuente del dinero-plata está en América: “En China, nación más rica que cualquiera de las de Europa –repite Adam Smith–, el valor de los metales preciosos se cifra mucho más alto que en ninguna parte del continente europeo [gracias al] descubrimiento de las mi­nas de América”.(24)
La crisis del sistema productivo y de distribución chino e indostánico en el "antiguo sistema" (¿el primer sistema capitalista?) debido a cau­sas que habrá todavía que estudiar con mayor profundidad,(25) permitió el "ascenso de Occidente".
Max Weber tuvo la intuición de que, de no ser Europa la región más preparada para efectuar la Revolución Industrial, debían serlo China o el Indostán. Por ello, dedicó sus trabajos sociológicos, de carácter ético y re­ligioso, para probar por qué China y la India no pudieron dar origen a la sociedad capitalista. El fruto de sus enormes investigaciones,(26) una y otra vez concluían con la misma respuesta: China y el Indostán no pu­dieron ser capitalistas por su régimen corporativo de propiedad, por te­ner una burocracia que impedía la competencia, etc. Y, por el contrario, al estudiar la ética de los profetas de Israel (27) encuentra que desde enton­ces comenzó a prepararse el largo camino que culminó en la modernidad capitalista, cuyo último capítulo será la reforma que impulsará la ética calvinista,(28) que son las condiciones de la realización del sistema capita­lista. El individualismo calvinista, la riqueza considerada como bendi­ción divina, la competencia, la propiedad privada y la disciplina de una subjetividad austera permitieron que se originara el capitalismo, no así el corporativismo chino o el cuasi feudalismo mágico de la cultura brahmánica del Indostán.(29)
Por nuestra parte, nos parece imposible que millones de trabajadores a salario en la producción de porcelana (en torno de la región de la ciu­dad de Xian, entre los ríos Amarillo y Yangtze), de donde partía hacia Occidente por la "ruta de la seda", o de los tejidos de seda (junto al río Amarillo o a las ciudades de Hangzhou y Fuzhou en la costa oriental), no produjeran plusvalor tal como lo definiera Marx; al menos se trataba de un sistema regional capitalista (aunque haya sólo subsunción formal del proceso de trabajo y se obtenga plusvalor absoluto, como ya hemos indi­cado), pero que fue abortado por razones políticas. Muy lejos, y mucho más complejo, que un mero "modo de producción asiático".
Pareciera entonces que China fue hasta el siglo XVIII la mayor poten­cia productora de mercancías, y el Mar de China un ámbito mercantil sin igual en el sistema-mundo (por la articulación del Viejo Mundo con el Nuevo Mundo desde 1492).
A. G. Frank estudia algunas causas de las diversas crisis de China y el Indostán en el siglo XVII primero, y después en el siglo XVIII. La dinastía Ming (1368-1644),(30) que fundó el imperio chino altamente desarrolla­do (con regiones capitalistas), entrará en crisis relativa con la llegada de la dinastía manchú (1644-1796), tiempo en el que en Europa se pondrá de moda la "moda china" (chinoiserie) del rococó (en torno de utensilios de porcelana, pinturas de laca sobre madera,(31) baldaquinos en los jardi­nes para tomar el té, pavillons chinos decorados, telas de seda para ropa­jes con amplias mangas, etcétera).(32)
Podría igualmente mostrarse la importancia de los sistemas econó­micos y culturales del Indostán y el sudeste asiático, para los cuales las in­vasiones musulmanas en el norte de India y hasta Indochina, significaron sin embargo un factor propio de inestabilidad, pero al mismo tiempo de conexión comercial inesperada.


Reconstrucción del sentido de la “temprana modernidad” (Siglos XV-XVIII)

La interpretación que he sostenido de lo que he denominado primera modernidad, con España y Portugal como primera referencia, gracias al “descubrimiento" de Hispanoamérica, y por ello como primer despliegue del "sistema-mundo", habría que reconstruirlo profundamente suponiendo la fuerte presencia china e indostánica hasta el siglo XVIII. En efecto, el "sistema antiguo" –el Old World de Adam Smith, que he de­nominado el "tercer sistema interregional asiático-afromediterrá­neo"(33)– se prolongará, con el enorme peso productivo de China, desde 1400 hasta 1800 (con regiones de producción mercantil o formal capi­talista, pero sin influencia en los océanos y por lo tanto encerrada en su horizonte nacional, sin presencia mundial). Por el contrario, la anexión de Amerindia en 1492 por España permitirá que Europa inicie el des­pliegue del sistema-mundo –ahora realmente "mundial"–, pero debe­mos tener conciencia de que esa Europa tenía significación periférica en referencia al espacio económico y cultural continental asiático, aunque ahora rearticulada por primera vez en el siglo XV, desde la antigua expan­sión musulmana que en el siglo VII la había separado del continente afroasiático.(34) Gracias a la plata, y en menor medida al oro, a los metales preciosos como dinero (origen del capitalismo dinerario), y debido a la falta de plata en el mercado externo del sistema chino (metal que obra­ba como instrumento para pagar el derecho de entrar en tal mercado, siendo que China no tenía colonias ni ocupación militar externa, aunque dominaba productivamente el mercado internacional del sudeste asiáti­co), España –y Europa con ella– tuvo el dinero para comprar en el in­dicado mercado chino. Desde el Atlántico, del Caribe hacia Sevilla, y de allí a Ámsterdam o Europa central, o de Génova y Venecia hacia el Mediterráneo oriental y, gracias a la conexión musulmana, hacia el Indostán o China por el occidente, o del Pacífico de Perú y México hacia Acapulco, y de allí a Filipinas y China por el oriente, los metales preciosos integraron a la Europa del siglo XV al XVIII, al Viejo Mundo como extremo occidente del naciente sistema-mundo, siendo sólo una región secunda­ria en cuanto a la producción de mercancías (poco podía vender Europa a China, y sólo podían comprar con el dinero hispanoamericano).
Esta época de la primera modernidad (35) europea, la modernidad his­pánica, humanista, dinerada, manufacturera y mercantil, se desarrolla sólo con hegemonía sobre el Atlántico, que no es todavía centro geopolítico del sistema-mundo (lo sigue siendo el Mar de China en el sudeste asiático, con el Indostán y China por fronteras). Es una modernidad que en la "larga duración" y el "espacio mundial" es todavía periférica respec­to del mundo indostánico y chino, y aun musulmán, en cuanto a las co­nexiones con el Oriente.
En esta época se produce la "colonialidad del poder": el poder euro­peo bajo el peso de Oriente tiene por su parte su periferia colonial nacien­te (primero, América Latina; después, la América anglosajona, algunos pequeños enclaves o regiones de contacto esclavistas en las costas occidentales de África, y algunas islas, puertos o puntos de apoyo en el mundo musulmán o en el Extremo Oriente, gracias a los cuales puede efectuar "compras" en el mercado de mercancías procedentes de China o el Indostán); China, que se cierra sobre sí misma con un proyecto nacionalista, perderá su mercado externo.
Así como Grecia fue periférica del mundo persa-egipcio (antes de Alejandro) y logró posteriormente la hegemonía con el helenismo alejan­drino, Europa periférica acumulará fuerzas durante la "primera edad de la modernidad" bajo el peso de las economías indostánica y china. Mien­tras que China seguía siendo una potencia continental con un mercado externo próximo a sus costas (el Mar de China o el Pacífico occidental),(36) mercado externo que significaba muy poco en relación con su enorme mercado interno, Europa, que todavía resentía el despoblamiento producido por la peste y por ello con poco aumento demográfico, debió vol­carse a los océanos después del fracaso de su expansión territorial por el este (con las Cruzadas), gracias a sus naciones navieras (Portugal y Espa­ña, al comienzo apoyadas por Génova, que serán después superadas por Holanda, el Reino Unido y Francia). Gracias a estos contactos "externos" se produjo una revolución en la visión del mundo, de la astronomía, de las ciencias, desde 1492 hasta mediados del siglo XVII (revolución ideológico-científica que, siguiendo el camino de España y Portugal, que había retomado con Carlos V los logros del Renacimiento italiano, culmi­nará en Ámsterdam, la antigua colonia hispana, y el Reino Unido).
La América indígena recibe el impacto de la primera globalización (la conquista), y el racismo, el mito de la superioridad europea, la explo­tación económica, la dominación política, la imposición de la cultura ex­terna, producen el síndrome de la "colonialidad del poder" –en la sugerente expresión de Aníbal Quijano–: el poder colonizador niega lo amerindio e impone lo europeo con un racismo sutil pero no menos pre­sente. De todas maneras, lo indígena guardará siempre cierta exteriori­dad del sistema-mundo. Es la primera coloni­zación, la de la primera modernidad.
Ámsterdam, desde 1630,(37) continúa el proceso del capitalismo mer­cantil, remplazando en parte la presencia de Portugal (y de Génova) en el mundo chino-indostánico, pero sin cambiar fundamentalmente la es­tructura de la dependencia europea. Sólo 3% del comercio en Malaka estaba en manos de los holandeses; éstos, tampoco podían vender a los chi­nos o a los comerciantes del Indostán ningún "producto" que hubiera sido elaborado en Europa. Podían "comprar" con la plata hispanoameri­cana en el mercado chino, y hegemonizaban sólo militarmente las rutas navieras, pero sin poder todavía imponer ningún producto propio. A los chinos no les interesaba proteger militarmente su mercado, ya que no te­nían en el Oriente enemigo a la vista y sí casi un total monopolio mun­dial productivo, porque eran los únicos que surtían las mercancías más requeridas: los utensilios de porcelana, el tejido de seda, el té, etcétera.


Sólo dos siglos de hegemonía mundial europea. Los excluidos de la modernidad

La hegemonía de Europa, principalmente del Reino Unido y Francia –aunque esta última en menor medida–, acontecerá gracias a la Revo­lución industrial, que ideológicamente está fundamentada en el fenómeno de la Ilustración y el movimiento romántico. Si tomamos como fecha sim­bólica la Revolución francesa (1789), dicha hegemonía acaba sólo de cum­plir dos siglos. No se trata de que Europa haya sido el "centro y el fin de la historia universal" desde siempre, como hemos ya indicado que lo fue para Hegel, o que tenía, según se interpreta a los profetas de Israel, la marca de su superioridad ético-política, como para M. Weber; ni siquiera que haya sido desde hace cinco siglos (desde el 1492) el centro del sistema-mundo (posición crítica cierta contra el primer eurocentrismo, el de Hegel o We­ber, o contra el sentido común europeo actual, que ahora puede ser consi­derado como "segundo eurocentrismo", ya que la hegemonía europea no tendría 500 años sino sólo 200). Se tratará ahora de explicar el ascenso de Occidente articulado con la decadencia del Este. Esto sería pensar globalmente, superando el segundo eurocentrismo. El sistema-mundo, que na­ció como tal por la anexión del Nuevo Mundo (the Hispano-American connection) al Viejo Mundo (comprendido entre sus dos extremos: desde la Europa desconectada y secundaria, hasta la China y el Indostán de ma­yor peso), tiene un movimiento de conjunto, como el corazón con su diástole y su sístole, cuyo primer palpitar se situó en el Este. La decadencia del Este permitió, no como milagro instantáneo –y en esto tiene razón I. Wallerstein en su crítica a Frank– la organización del centro del sistema-mundo en manos del Oeste y no sólo por condiciones y atributos exclusi­vos de la historia anterior de Europa (interpretación ésta que intentaba mostrar sólo intrínsecamente la superioridad europea sobre las otras cultu­ras). Pensar "no eurocéntricamente" es poder imaginar que la Revolución Industrial fue posible también como fruto europeo articulado con un "va­cío", producido en el mercado del este de Asia, en especial de China y el Indostán, efecto de una estructura (el de China siendo un Estado Imperial autocrático que impedirá el triunfo de la burguesía) y de una crisis (crisis política múltiple, bajos salarios, explosión demográfica debido a la rique­za económica acumulada a partir de 1400, etc.). Este vacío atrajo la posi­bilidad de ser "llenado" por una producción europea creciente, que había ido preparándose desde fines del siglo XV; no es un milagro instantáneo, como explica I. Wallerstein adecuadamente. Marx indica bien que la ex­pansión del mercado, como todo intercambio, puede producir el desarro­llo de la producción.(38) Y dados el alto salario europeo y la baja población en el Reino Unido, en relación con China y el Indostán, la única solución (para ampliar la producción y bajar la proporción del salario en el valor o precio del producto) fue lanzarse al uso creciente de la máquina.(39) La subsunción a la máquina en el proceso de producción –que Marx describe con acierto como el medio necesario para crear "pluvalor relativo"–(40) dio en pocos decenios tal ventaja comparativa al Reino Unido y a Francia (y poco a poco a toda la Europa del norte) sobre China, el Indostán, el mun­do musulmán, la América hispana y aun la Europa del este (el imperio ru­so, Polonia, etc.) y del sur (España, Portugal, Italia del sur, etc.), que ya a comienzos del siglo XIX (el tiempo que transcurre entre La riqueza de las naciones de 1776 de Adam Smith, en el que China era todavía el país más rico de la Tierra, y las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, dic­tadas en Berlín por Hegel en el decenio del 1820), todo el Oriente (41) era visto sólo como la expresión del eterno y miserable despotismo oriental.
Al mismo tiempo, África quedaba más relegada todavía, como con­tinente de esclavos, sin considerar que Egipto fue una civilización negra africana.(42) En el Congreso de Berlín de 1885 África será descuartizada por las potencias europeas (¡sólo hace algo más de un siglo!). El sur de Europa quedaba igualmente en el recuerdo eurocéntrico del norte (an­glosajón y germánico) como momento de la tardía Edad Media o como "parte norte del África" (en los Pirineos comienza África). América La­tina, por su parte, con su población indígena y afro, era también relega­da como lejano mundo colonial, periférico de las semiperiféricas y preindustriales España y Portugal.
La visión de la Ilustración cubrirá como un muro de cemento toda, la interpretación anterior de la antigua Europa desconectada, secundaria, la de la "edad oscura" del medievo y, en el mejor de los casos, hasta el si­glo XV, periférica del mundo musulmán, chino, indostánico; mundo oriental mucho más "culto" y desarrollado desde todo punto de vista, y centro del Viejo Mundo y la parte más densa del sistema-mundo hasta fines del siglo XVIII. Desde Hegel, Marx y Comte, hasta Weber, incluyen­do a Freud, Husserl, Heidegger, Popper, Levinas, Foucault, Lyotard o Habermas, el eurocentrismo brillará sin oposición. Y dominará al mun­do colonial con el fasto de la "cultura occidental", como la expresión "desde siempre" del centro (aunque no sea más que como conciencia crí­tica cualitativamente insustituible, como en el caso de Habermas hasta el presente) más desarrollado de la humanidad.
Esto justificará entonces que el proceso de la expansión "civilizadora" europea ("Inglaterra se transformó en la misionera de la civilización en el mundo",(43) expresaba Hegel triunfante) ocultara, excluyera, ignorara como inexistentes todas las culturas anteriores, coetáneas e ignoradas como "pueblos sin historia" por la "cultura occidental". Este proceso de "exclu­sión", negación o reclusión en la exterioridad (44) efectuada por la razón moderna de lo sinvalor ante los valores modernos, ante los criterios de civili­zación con pretensión (claim) de universalidad que Europa impuso como evaluación en todos los niveles, se fue extendiendo rápidamente desde el comienzo del siglo XIX sobre todas las culturas no europeas con una efica­cia de resultados sorprendentes, ya que los propios negados –dada su in­ferioridad industrial evidente– se ocuparon de aplaudir por medio de sus élites neocoloniales (educadas ahora en Europa y después en Estados Uni­dos) esa ideología eurocéntrica sin oponente crítico hasta hace muy poco.
La exclusión de lo no europeo como criterio civilizador dio a Europa –que ya ejercía la hegemonía militar, económica y política– dominación cultural e ideológica. Lo no europeo terminó por desaparecer en toda con­sideración práctica y teórica. Los mismos españoles o portugueses respecto de la primera modernidad, o los chinos, indostánicos o miembros del mun­do musulmán (desde Granada, El Cairo, Bagdad, Samarcanda, Delhi, Ma­laka o Mindanao) respecto de su centralidad en el Viejo Mundo al comien­zo del sistema-mundo y hasta fines del siglo XVIII terminarán por aceptar la interpretación nordeurocéntrica. Sus élites occidentalizadas (el mismo Mao en China, ¿no fue el marxismo standard una modalidad de expansión eu­rocéntrica?, como indicaba Paul Sartre en la introducción a Los condenados de la Tierra de Franz Fanon) serán "eco" periférico de la superioridad de la cultura occidental (aun la revolucionaria de izquierda) que hoy se globaliza gracias a las transnacionales y el capital financiero mundializado.(45)
La posmodernidad será, en este sentido, tan eurocéntrica como la modernidad.


La “transmodernidad” como afirmación (46) de la multiculturalidad excluida por la modernidad europea

El fenómeno del pensamiento posmoderno (47) nos ha acostumbrado a una cierta crítica de la modernidad; a una modernidad en cuanto dominación de la "cantidad" y la subjetividad del cogito sobre la comprensión ontológico-radical del ser (Heidegger), como crítica de la razón instrumental (Horkheimer), de la universalidad abstracta desde la diferencia o el "diferendo" (Derrida, Lyotard), del "pensiero forte" (Vattimo), etc. Crí­tica a la modernidad desde una posmodernidad que de ninguna manera pone en cuestión la centralidad del eurocentrismo, y que, en cierta manera, piensa que la sociedad posconvencional, urbana, postindustrial, del mercado cultural libremente elegido, se instalará universalmente, y con ello la misma posmodernidad global, como "situación" de la cultu­ra humana en general en el siglo XXI.
Aunque la posmodernidad critica la pretensión universalista y "fundacionalista" de la razón moderna (R. Rorty), en cuanto "moderna" y no en cuanto "europea" o "norteamericana", y enuncia en principio respeto a otras culturas en su inconmensurabilidad, diferencia y autonomía (en general, pero no en concreto, en referencia precisa respecto a la cultura china, indostánica, musulmana, bantú africana o latinoamericana, como A. MacIntyre o Ch. Taylor, cada uno de manera diferenciada), no tiene conciencia suficiente de la "positividad" de esas culturas excluidas por el proceso colonial de la temprana modernidad (1492-1789) y por la globalización industrial "ilustrada" de la modernidad madura (1789-1989), que Wallerstein situara bajo la hegemonía de la ideología politico-econó­mica liberal, opuesta a las ideologías conservadora y socialista.(48)
Lo post de la posmodernidad no le quita eurocentrismo; se presupo­ne como obvio que la humanidad futura alcanzará las mismas caracterís­ticas como "situación cultural" que Europa o Estados Unidos posmoder­nos en la medida que se "modernicen" por el proceso de "globalización" ya iniciado, irreversible e inevitable. Bajo el signo de esta "inevitabilidad" modernizadora, la posmodernidad es profundamente eurocéntrica, ya que no puede ni imaginar que las culturas excluidas en su positividad valiosa por el proceso moderno colonial (desde 1492) e ilustrado (desde 1789, por poner una fecha: la de la hegemonía industrial de Europa en el siste­ma-mundo por la desaparición de China y el Indostán preindustriales, no premodernos) puedan desarrollar de manera autónoma, "modernizada"(49) y creativa sus propias culturas "universales"(50) en una etapa próxima y pos­terior al final, al término, a la extinción de la modernidad europea-norteamericana con su pretensión de "única" universalidad, más allá de su "úl­timo momento", más allá de su crisis actual, más allá de su límite, más allá del momento posmoderno de la modernidad. Es necesario, entonces, pen­sar la cuestión más radicalmente.
La "exterioridad" de la totalidad (metacategoría que Marx presupu­so pero no explicitó)(51) fue creada con toda conciencia y fecundamente por Emmanuel Levinas (52) y, por ello, en cierta manera inició la crítica de la "razón moderna" de otra manera que Heidegger y sus sucesores franceses (como Lyotard o Derrida); ya que Levinas es uno de los que origi­na el movimiento posmoderno francés,(53) pero sin adherirse a éste. La metacategoría de exterioridad puede iluminar el análisis que se propone indagar la "positividad" cultural no incluida por la modernidad, no ya desde los supuestos de una posmodernidad, sino de lo que hemos llama­do la transmodernidad. Es decir, se trata de un proceso que se origina, se moviliza desde otro lugar (más allá del "mundo" y del "ser" de la mo­dernidad: desde el ámbito que guarda cierta exterioridad), (54) distinto de la modernidad europea y norteameri­cana. Para la exterioridad negada y excluida por la expansión moderna de la Europa hegemónica hay culturas actuales que son anteriores, que se han desarrollado junto a la modernidad europea, que han sobrevivi­do hasta el presente y que tienen todavía potencial de humanidad sufi­ciente para desarrollar sus propias potencias a fin de gestar una multiculturalidad, una pluralidad cultural futura posterior al término de la modernidad y el capitalismo: esas culturas vivientes y fecundas, diferen­tes y creativas no son simplemente una cultura posmoderna, ya que ésta es sólo una última etapa de la modernidad, sino que son culturas de­sarrolladas en un horizonte transmoderno, como un más allá de toda po­sibilidad interna de la sola modernidad. Ese "más allá" (trans) indica el punto de arranque desde la exterioridad de la modernidad, desde lo que la modernidad excluyó, negó, ignoró como insignificante, sinsentido, bárbaro, no cultura, alteridad opaca por des­conocida; evaluada como salvaje, incivilizada, subdesarrollada, inferior, mero despotismo oriental, modo de producción asiático, etc. Diversos nombres puestos a lo no humano, a lo irrecuperable, a lo sin historia, a lo que se extinguirá ante el avance arrollador de la "civilización" occiden­tal que se globaliza.
Así como las selvas tropicales guardan inmensa cantidad de especies vegetales y animales, que genéticamente son esenciales para el futuro de la humanidad, las culturas de la mayoría de la humanidad excluidas por la modernidad (que no son ni serán posmodernas) y por la globalización (porque la miseria es "necesidad sin dinero", sin solvencia, y por lo tan­to no es mercado) guardan una inmensa capacidad y cantidad de inven­ciones culturales necesarias para la sobrevivencia futura de la humanidad, para una nueva definición de la relación humanidad-naturaleza desde el punto de vista ecológico, desde el punto de vista de relaciones interhu­manas de solidaridad (no reductivamente definidas con el criterio solipsista y esquizoide del mero aumento de la tasa de ganancia).
Si es verdad que la modernidad europea-norteamericana tiene hege­monía económica y militar sobre las otras culturas (las de China, sudes­te asiático, indostánica, musulmana, bantú, latinoamericana: mestiza, aymara, quechua, maya, azteca, etc.) desde hace sólo 200 años y sobre África algo más de 100 años, desde 1885; dicho tiempo es muy corto tiempo para haber penetrado el "núcleo ético-mítico" (diría Paul Ricoeur) de las estructuras intencionales culturales milenarias. No es un milagro entonces que la toma de conciencia de dichas culturas ignoradas y excluidas vaya en aumento, lo mismo que el descubrimiento de su identidad despreciada. Acontece lo mismo en las culturas regionales do­minadas y silenciadas dentro de la misma modernidad europea: por ejemplo, en las culturas gallega, catalana, vasca o andaluza en España; la de diversas regiones o naciones culturales de Italia, en especial el Mezzo giorno; de Alemania, en especial Baviera y las cinco Länder del este; de Francia y del mismo Reino Unido, donde los escoceses, irlandeses y otros pueblos luchan por el reconocimiento de su identidad; lo mismo que los habitantes de Quebec en Canadá y las minorías en Estados Unidos, en especial los afroamericanos e hispanos. Todo esto bosqueja para el siglo XXI un mundo cultural multipolar, con afirmación creciente de la diferenciación cultural, más allá de la pretensión homogeneizadora de la glo­balización capitalista actual y de su cultura pretendidamente universal y aun de la afirmación de la diferencia posmoderna a la que le cuesta ima­ginar otras universalidades culturales de milenaria tradición fuera de Eu­ropa y Estados Unidos. Esa transmodernidad debería asumir lo mejor de la revolución tecnológica moderna, descartando lo antiecológico y lo ex­clusivamente occidental, para ponerla al servicio de mundos valorativos diferenciados, antiguos y actualizados, con tradiciones propias y creati­vidad ignorada, lo que permitirá abrir la enorme riqueza cultural y hu­mana que el mercado capitalista transnacional intenta suprimir bajo el imperio de las mercancías "universales", como la Coca-Cola y el MacDonald's, que subsumen materialmente dentro del capital hasta el alimen­to, lo más difícil de universalizar. Transmodernidad futura multicultural/polifacética, híbrida, poscolonial, pluralista, tolerante, democrática, pe­ro más allá de la democracia liberal y del Estado moderno europeo, con espléndidas tradiciones milenarias,(55) respetuosa de la exterioridad y afirmativa de identidades heterogéneas. La mayoría de la humanidad con­serva, reorganiza (renovando e incluyendo elementos de la globalidad)(56) y desarrolla creativamente culturas en su horizonte cotidiano e ilustrado, profundiza el "sentido común" valorativo de la existencia real y concreta de cada participante en dichas culturas, ante el proceso de globalización excluyente; que por excluyente "empuja" sin advertirlo hacia una trans­modernidad. Es el retorno a la conciencia de las grandes mayorías de la humanidad de su inconsciente histórico excluido.
Samuel Huntington, ideólogo de la hegemonía norteamericana, vis­lumbra como "choque", como "guerra" entre civilizaciones (57) lo que es, más simple y positivamente, el irreversible surgimiento de culturas uni­versales excluidas por la modernidad y posmodernidad, que tienen pleno potencial creativo y que, junto a la cultura occidental europeo-norteame­ricana redefinida, sin pretensión reductiva de universalidad exclusiva, constituyen un mundo más humano y complejo, más apasionante y di­verso; manifestación de la fecundidad de la especie humana durante mi­lenios, un mundo "transmoderno". Una mera humanidad que hablara sólo inglés y que pudiera remitirse sólo a "su" pasado como a un pasado occidental, sería la triste extinción de la mayoría de la creatividad huma­na cultural histórica. ¡Sería la mayor castración imaginable de la historia mundial de la humanidad!


Notas

1. En el apartado de "Global Culture" del Human Development Report 1999 (UNDP, 1999) se indica que de 1980 a 1995 se pasó de 121 a 235 televisores en todo el mundo por cada 1 000 habitantes. La televisión se transforma en el medio de comunicación de mayor influencia cultural: "las anteriormente prósperas industrias cinematográficas en to­do el mundo declinaron en los años setenta y ochenta como resultado del ascenso de la televisión" (ibid, p. 33). De todas maneras la presencia masiva de la televisión en el mun­do tiene 20 años solamente", y digo "solamente", porque el "núcleo ético-mítico" (para ha­blar como Paul Ricoeur) de las culturas necesita siglos para construirse y deconstruirse. Además, la producción de filmes y programas sigue siendo mayoritariamente regional. In­dia produce 84% de los filmes que se ven en ese país; en América Latina en cambio sólo 30% (contra 62% norteamericanos). Pero en la industria de la televisión es absolutamen­te mayoritaria la programación en lenguas regionales y con productores propios; la in­fluencia masiva intrafamiliar extranjera disminuye en este caso notablemente.
2. Hasta ese momento, como veremos, Europa supo claramente que el "centro" cul­tural más avanzado estaba en el sur (musulmán, del Magreb hasta Egipto, que era para Eu­ropa el lugar de la cultura "clásica" como lo ha demostrado Martin Bernal en Black Athena. The Afroasiatic Roots of Classical Civilization, 1987) y en el este (incluyendo al mundo is­lámico desde Bagdad, aunque en crisis por el imperio otomano, Indostán y China). Véase la obra de Janet Abu-Lughod. Before European Hegemony, 1989. Esta obra de Abu-Lughod comienza su exposición por Francia, Flandes, y después va hacia el este. Es un relato que parte de Europa, sin ser ya eurocéntrico.
3. Véase mi libro The Invention of the Americas. 1995, cap. l, pp. 19ss.
4. Escrito en 1748, en el libro VIII. cap. xxi, afirma: "China, pues, es un Estado des­pótico; y su principio es el temor". En 1762 Nicolás-Antoine Boulanger escribía Recher­ches sur l'origine du despotisme oriental. Y el término se acuñará hasta el presente, siendo en todo falso y distorsionante.
5. Wallerstein. 1979-1984, vol. I, cap. l. p. 21.
6. Arrighi, 1994.
7. Ahora incluiría igualmente la hegemonía intraeuropea de Ámsterdam y la Francia y el Reino Unido antes de la Revolución industrial.
8. Blaut. 1993, pp. 187ss.
9. Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión, 1998. pp. 52ss.
10. 94% de los tubérculos que se usaron para la alimentación humana en el siglo XIX provinieron de Amerindia.
11. El "primer" eurocentrismo es el de Hegel y Weber, quienes suponen la superiori­dad de Europa; superioridad probada "por" factores puramente internos de la misma Eu­ropa. El "segundo" tipo de eurocentrismo, que ha superando el primero, piensa todavía desde Europa, aunque acepta que ésta logró el dominio por factores exteriores (por ejem­plo, los metales preciosos americanos), lo que le permitirá triunfar en la competencia con el mundo musulmán, África y Asia desde 1492. Las descripciones parten narrativamente siempre desde Europa. África o Asia son el mundo externo, lejano, posterior. Intentamos superar este segundo eurocentrismo para indicar el sentido de una "transmodernidad” co­mo proyecto, como alternativa.
12. Dussel, 1998, pp. 52-54.
13. Lo llamo sistema interregional, asiático-afro-mediterráneo, y no sistema-mundo por estar incluida todavía América, ya que nos situábamos antes de 1492.
14. Frank, 1998. Léanse los tres artículos publicados en Review en 1999, de Samir Amin, "History conceived as an eternal cycle"; de Giovanni Arrighi, "The world according to Andre Gunder Frank", y de Immanuel Wallerstein, "Frank proves the European miracle". Debo admitir que acepto casi todas las críticas de los tres autores contra A. G. Frank; aunque los tres admiten que Frank ha apuntado a una verdad olvidada: la impor­tancia de China. Y digo olvidada, porque si China era el país más productor del sistema hasta el siglo XVIII, el más poblado, la descripción del sistema-mundo debió comenzar por tomar en serio y en primer lugar a China, y nadie había hecho esto.
15. Acepto las críticas de A. G. Frank contra el concepto "modo de producción asiáti­co" que es una falacia "orientalista" (por usar el término de Edward Said), pero de allí a quitar todo sentido a los conceptos de valor, capital y capitalismo hay mucha distancia. Lo que aparece, por el contrario, es la interesante pregunta que A. G. Frank no se hace: ¿fué China de 1400 a 1800 un país mercantil capitalista? Y creo que él ha aportado las razo­nes para poder –tema entonces de futuras discusiones– afirmar que China tuvo regio­nes donde se desarrollaron seriamente modos de producción protocapitalistas manufac­tureros, en el sentido de la "subsunción formal" de plusvalor en el proceso de trabajo (pero sin "subsunción material" y por lo tanto "real") en el capital stricto sensu, con obtención de plusvalor (Mehrwerl) según el concepto de Marx, en las fábricas o "trabajadurías" artesanales de tantas ciudades chinas de porcelana, alfarería, tejidos de seda, etc. Tiene razón S. Amin al mostrar que el Estado chino, de gran potencia y organización, jamás dejó que cierta burguesía naciente (¿los eunucos?) tomara el poder, y con ello impidió el crecimien­to normal del capitalismo. De todas maneras A. G. Frank abre la posibilidad a nuevas pre­guntas creativas, aunque él mismo no pueda hacerlas ni contestarlas adecuadamente, ya que ha descuidado desde hace tiempo la categoría de valor (no sólo valor de cambio) en Marx mismo.
16. No se olvide que en el siglo XV, cuando Inglaterra tenía tres millones de habitan­tes, España 10, Francia 18 y toda Europa 69, China ya llegaba a 125 millones. En 1800 Europa tenía 188 millones y China casi el doble: 345 (Frank, 1998, p. 168).
17. Smith, 1958, libro I, cap. 8, p. 70.
18. Ibid, libro II, cap. 5. p. 331.
19. Ibid. libro I, cap. 11. p. 182.
2o. Véase de Werner Sombart, Lujo y capitalismo, 1965.
21. Smith, 1958, p. 198.
22. Ibid.
23. Ibid., p. 199.
24. Ibid. Concluye la digresión sobre las variaciones del valor de la plata (p. 229).
25. Entre ellas: el bajo salario en China no permitió el uso de la máquina, permane­ciendo en el nivel de un capitalismo manufacturero de la porcelana y los tejidos de la se­da con creación de plusvalor absoluto, habiendo sólo subsumido formalmente el proceso artesanal de producción tradicional. La crisis política entre la dinastía de Manchuria y la China del centro, la necesidad de terminar de colonizar el sur y la ocupación del occiden­te de China (territorio de casi el doble del ocupado por China en toda su historia), la en­cerró en sus propios límites, perdiendo interés por el mercado externo, produciendo así un vacio que llenará Europa, en especial el Reino Unido. La pérdida de los mares o la re­presión de la burguesía naciente por el Estado imperial muestra la diferencia con Inglaterra, una isla con una monarquía en crisis.
26. Véase su obra Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziologie, 1920-1921 (traducida parcialmente al inglés en The Religion of China: Confucianism and Taoism. 1951, y The Re­ligion of India: the Sociology of Hinduism and Buddhism, 1958).
27. En la obra alemana citada (traducción Inglesa: Ancient Judaism, 1952). Por mi parte comencé igualmente una crítica del eurocentrismo (en un sentido exactamente opuesto al de Weber), para demostrar que el "ethos de los profetas" era crítico de la mo­dernidad, en mi obra escrita en 1964 El humanismo semita. Estructuras intencionales radi­cales del pueblo de Israel y otros semitas, 1969.
28. Véase en la misma obra alemana el tema (traducción inglesa: The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism. 1930).
29. Sin embargo, el actual desarrollo capitalista de Japón, Singapur o Taiwán, de inspiración ética neoconfuciana, puede mostrarnos lo equivocado de las hipótesis weberianas, ya que las relaciones corporativas familiares confucianas permiten perfectamente la organización de la empresa capitalista, aun transnacional y con mayor eficacia.
30. Hoy cayó en mis manos una revista mexicana de arte donde leo que el 14 de di­ciembre de 1600 partía de Manila un galeón de 300 toneladas llamado San Diego, que fue después destruido por piratas holandeses. "Al descubrirse los restos del naufragio en 1991 más de 5 000 piezas han subido a la superficie... más de 800 porcelanas blanco y azul de la época Ming, 24 guarniciones de espadas japonesas, monedas de oro y plata... cerámi­ca china" (M. L. Campollo. "400 años después surgen testimonios incomparables. Teso­ros del San Diego". Casas y Gente, 116, 1987. p. 59.
31. En la misma revista de arte antes citada, leo en la página 8: "Un ejemplo singular del mueble inglés: el gabinete Windsor", por A. de Neuvillate, en el que se indica que John Belchier hizo un secrétaire (del que se incluye fotografía) en 1720, "en madera la­queada en negro" con "patas y con escenas japonesas". En las puertitas del mueble apare­cen "dos personajes de la mitología nipona de un refinamiento que habla por sí solo de la jerarquía del mobiliario inglés [sic] del siglo XVIII. Esto nos índica al menos que incluir figuras orientales era la "gran moda" en el siglo XVIII inglés. Puede sospecharse sin embar­go que las figuras son chinas, y que J. Belchier quizá sólo lustró el mueble, porque mues­tra una hechura claramente imperial. "La maestría del ebanista y pintor", que el autor del artículo hace pasar por inglés, debió ser en verdad china. La pieza alcanzó en 1996 el va­lor de 1 500 000 dólares.
32. La dinastía manchú, como ya hemos indicado, conquistó desde 1724 todo el oes­te, ocupando el Tíbet, Xinjiang (desde el río Tarim hasta Dzungaria o el Turquestán ru­so), la Mongolia, incluyendo Manchuria por el norte y por el sur fijando fronteras con Birmania, Siam, Laos y Vietnam desde el río Xinjiang. Una China de proporciones nun­ca vistas.
33. Véase Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión. 1998. [18-26]. pp. 36-42.
34. En efecto, la expansión musulmana desde el año 623 d.C. "separa" (corta) en bue­na parte a la Europa latino-mediterránea, y por ello igualmente a la germano-nord-europea, de la conexión con el "tercer sistema interregional", que tuvo por "placa giratoria de con­tacto" comercial a Bagdad y a China y al Indostán por el lugar de mayor peso productivo.
35. Véase mi artículo "Beyond eurocentrism: The world-system and the limits of modernity", 1998a, pp. 3-31.
36. Indostán se volcaba hacia Sri-Lanka, Burma, Indonesia y Malaka, ocupando el oc­cidente marítimo del mercado chino.
37. Véase Wallerstein, 1979-1984, vol. 2.
38. "Por ejemplo, cuando el mercado, o sea la esfera del cambio se extiende, la pro­ducción amplía su ámbito", Elementos fundamentales... (Grundrisse), 1971, vol. 1, p. 20. Se "extiende" para el Reino Unido y se "estrecha” para China y el Indostán; la "produc­ción" se "amplía" para el Reino Unido porque se ha estrechado en China y el Indostán.
39. En la América anglosajona del norte (los yanquis) no era ésta la razón del uso de la máquina (o de la Revolución industrial), sino la aún menor cantidad de pequeños propieta­rios que trabajaban con las manos sus propias tierras. En la América anglosajona del norte la máquina era necesaria para aumentar la productividad del trabajo libre (permitir la mayor cantidad de unidades del producto o hectáreas trabajadas de campo por el trabajador-pro­pietario). En la América hispana la existencia de numerosa y barata mano de obra indígena o del esclavo africano (y en esto al igual que en las colonias anglosajonas del sur) impidió igualmente la necesidad de una pronta revolución industrial, como en China y el Indostán.
40. Véase el tratamiento del tema en mi libro Hacia un Marx desconocido, 1988.
41. Así nace la ideología "orientalista".
42. Véase la citada obra de Bernal, Black Athena.
43. Frase de la "Vorlesungen uber die Philosophie der Geschichte, IV, 3, 3, en Theorie Werkausgabe. vol. 12, p. 538.
44. Considérese este concepto en mi obra Philosophy of Liberation, 1985.
45. Véase la obra de Hardt y Negri, Empire, 2000.
46. Véase mis trabajos "Afirmación analéctica", en Ética de la liberación: ante el desa­fío de Apel, Taylor y Vattimo. 1998b. pp. 54ss; Philosophy of Liberation, 1985, y "The rea­son of the other", en The Underside of Modernity. Apel, Ricoeur, Rorty, Taylor, and the Phi­losophy of Liberation, 1996, pp. 19ss.
47. Véase mis obras Posmodernidad y transmodernidad. Diálogos con la filosofía de Gianni Vattimo, 1999, y The Underside of Modernity. 1996, pp. 129ss.
48. Véase After Liberalism. 1995.
49. Por "modernización" queremos aquí sugerir que las culturas milenarias (chinas, in­dias, musulmanas, etc.) pueden utilizar ciertos momentos técnicos y hermenéuticos que les permitirían "actualizar" instrumentalmente sus mediaciones productivas (de objetos materiales de la cultura, pero igualmente de la producción de "sentido", con interpreta­ciones científicas más depuradas).
50. Las culturas china, vedanta, budista, musulmana, etc... son culturas "universales", en el sentido que han nacido y se han desarrollado dialogando con múltiples culturas re­gionales de las que han dado cuenta e incluido en su proceso cultural. Estas culturas "uni­versales" regionales no tienen ninguna dificultad en "subsumir" el mundo tecnológico, científico, matemático de alto nivel. Ya tienen en su propia historia milenaria momentos creativo-científicos de "ilustración" (piénsese en la Escuela Matemática de Bagdad en ple­no siglo X d.C, o en las escuelas filosóficas chinas de los "estados guerreros" anteriores a la organización del imperio de los Han). Han quedado "retrasadas" en los dos últimos si­glos... y nada más. Su capacidad de desarrollo está intacta y ha entrado en rápido creci­miento.
51. Véase Jay, Marxism and Totality. 1984.
52. Véase Totality and Infinity. An Essay on Exteriority, 1969.
53. Véase, por ejemplo, el antiguo artículo de J. Derrida " Violence et métaphysique", 1964.
54. Las culturas amerindias, afro-caribeñas. De la misma ma­nera se trataría de las culturas bantúes, y desde la "decadencia" del "oriente", la misma cul­tura musulmana, de India, del sudeste asiático y China. 85% de la humanidad sufre el proceso de globalización del mercado capitalista hegemónico, bajo el poder militar de Es­tados Unidos (desde 1989), dado el estado de pobreza, la conservación de sus tradiciones alimentarias, construcciones arquitectónicas, modo de vestir, música, comprensión coti­diana de la existencia religiosa, etc. Todo el mundo "cualitativo de los valores que expli­can y motivan la existencia cotidiana de las inmensas mayorías pobres y empobrecidas (es decir, sin capacidad de comprar las mercancías del capitalismo globalizado) guardan una cierta exterioridad, son un más allá del límite del mercado globalizado. Globalización y exclusión se anudan en movimiento simultáneo.
55. Cuando en el Museo Metropolitano de Nueva York se mostró la exposición "Mé­xico. Esplendores de treinta siglos", el estadounidense "de la calle" no podía menos que sor­prenderse y preguntarse ¿cómo era posible que un pueblo tan subdesarrollado como Mé­xico pudiera tener tanta historia?, siendo que la cultura estadounidense (si partimos de 1620) sólo tiene algo más de tres siglos. La densidad cultural de las regiones "pobres", ex­plotadas desde la Revolución industrial, tiene mucho que aportar para el futuro.
56. Querría distinguir entre la "globalidad" positiva, que permite a la humanidad en­trar en contacto casi instantáneo de su acontecer histórico, estructura global que hay que saber usar para el desarrollo diferenciado de las grandes culturas tradicionales no occiden­tales, de la mera "globalización" como estrategia mundial controlada instrumentalmente por las corporaciones transnacionales y los estados metropolitanos centrales, todo bajo la hegemonía en última instancia del ejército estadounidense.
57.  The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, 1996. Para este intelectual "guerrero" (aparece como tal, por ejemplo, cuando escribe: "para mantener la superioridad tecnológica y militar occidental sobre las otras civilizaciones", cap. 12, "Occidente en el mundo", p. 374 de la edición en español) existen los "peligros" mu­sulmán, chino, ruso, etc. Todas las culturas excluidas y dominadas por la modernidad aparecen como "peligro militar". A la obsesión guerrera hay que anteponerle el respeto ante la dignidad de otras culturas universales, fruto de la creatividad de la misma hu­manidad de la que forma parte Huntington. ¿O cree este intelectual de Harvard, don­de he tenido el gusto de enseñar para oponerme a estas ideologías exclusivistas, que la humanidad es un predicado atribuible sólo al ser humano europeo-norteamericano? Huntington está claramente contra "el internacionalismo", contra "el multilateralismo, y sólo en favor de estrechar la "cooperación con sus socios europeos para proteger y promocionar los intereses y valores de la civilización única de occidente" (ibid.). Todas las civilizaciones son "únicas", pero a Huntington le parece que la "singularidad" de la cul­tura occidental le permite formular cínicamente su derecho al dominio militar y eco­nómico sobre las otras culturas.



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